
Estoy hasta las narices de la clase turista. Ayer cogí un tren para ir a Madrid y de repente, se sentó a mi lado una pareja de jóvenes. Durante todo el viaje no pararon de darse el lote. No estoy hecho para viajar con las piernas encogidas, en asientos estrechos y acompañado por ociosos que no tienen decencia.
Durante el trayecto observé el vagón de primera clase. Eso es otro mudo: asientos de cuero, pantallas de televisión individualizadas, amables azafatas... Y que decir de los pasajeros: sacerdotes, hombres de negocios, señoritas guapas y elegantes…
Tiempo al tiempo, pronto los ingresos que obtenga por leer correos electrónicos de publicidad serán suficientes para viajar con la distinción que merezco.