Como boy a ser rico he de cambiar mis costumbres. Ya no puedo hacer botellón en la via publica. He de olvidar el calimocho. Y los vasos de litro compartidos con los colegas en los bares. A partir de ahora mi paladar se abre a los vinos de autor y al whisky de veinte años. La cerveza: en tercio y de importación.
Seguiré bebiendo en la calle. Eso si, cómodamente sentado en una terraza y con los camareros atentos a mis deseos. Como Dios y la ley antibotellón mandan.